Carlos I pasó toda su infancia, adolescencia y primeros años de su vida adulta en Flandes, su país natal. Posteriormente viajó a España, siendo aún muy joven, para ser proclamado rey, a pesar de no conocer el país ni, prácticamente, el idioma.
Con el reinado de Carlos I y, posteriormente, de su hijo Felipe II, España conoció uno de los periodos más florecientes de su historia, llegando a ser el centro de un gran imperio que se extendía por todo el mundo.
La unidad y primacía de este imperio dependía, casi exclusivamente, de los éxitos militares. El fracaso de la armada invencible en el intento de invadir Inglaterra diezmó a la mitad de los efectivos de esta gran flota. A pesar de la herencia recibida por Felipe III, la política llevada a cabo por este soberano y por su descendiente Felipe IV provocó el paulatino desmembramiento del imperio español.
La decadencia de los Austrias tuvo su trágico colofón con el reinado de Carlos II, apodado “El Hechizado”, cuya muerte sin descendencia originó la guerra de sucesión y la llegada de los Borbones al trono de España.
Esta lámina muestra el árbol genealógico completo de la casa de Habsburgo, o casa de Austria, que comienza con la unión en 1496 de Juana I de Castilla, hija de los Reyes Católicos, con Felipe I de Habsburgo, nieto del emperador Maximiliano I; y que finaliza con la muerte sin descendencia de Carlos II.
En ella aparecen, por primera vez en un trabajo de estas características, las imágenes de todos los reyes pertenecientes a esta dinastía, así como sus cónyuges, y se completa con otras imágenes significativas de este periodo histórico
La Guerra de Sucesión. Decreto de Nueva Planta. Supresión del estado catalán. XVIII d. C.
La apuesta de Cataluña en favor de Carlos de Austria y contra Felipe V, en el conflicto sucesorio por la corona española, supuso la pérdida de todos los derechos y de las instituciones de gobierno que tenía como estado, dentro de la monarquía hispánica. El factor internacional condicionó en todo momento el destino de Cataluña en la Guerra de Sucesión.
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Cataluña, en principio, aceptó a Felipe V como rey. Éste, como su abuelo le había aconsejado, se cuidó mucho de guardar las formas y muy pronto visitó Barcelona, donde convocó Cortes, las primeras desde 1632, y juró las Constituciones. En Cataluña, los sectores económicamente más emprendedores, recuperados después de la conmoción de la Guerra de los Segadores, recelaban del nuevo monarca. Por otro lado, el sentimiento antifrancés había arraigado en muchos sectores de la población. En la plana de Vic, por ejemplo, era especialmente profundo, por los constantes intentos de Luis XIV de anexionarse el territorio, el más reciente durante la Guerra de los Nueve Años de 1697.
Se formó un grupo de dirigentes constitucionalistas que apostaban por la candidatura de Carlos de Austria, contra el talante más absolutista de los Borbones franceses. La fascinación de los austriacistas por los regímenes políticos de raíz representativa, como Inglaterra y Holanda, y su potencia comercial les animaron a buscar el apoyo en la Alianza de la Haya y a posicionarse al lado de Carlos de Austria.
Los austriacistas pronto encontraron apoyo en las prédicas de numerosos eclesiásticos que extienden su ideario, ayudados también por la actitud prepotente del virrey Velasco y de los oficiales reales, evidente ya durante los primeros años de reinado de Felipe V. Así, además de los detractores antiborbónicos de la Plana de Vic, los llamados ‘vigatans’, surgieron otros grupos de austriacistas en el entorno de la ‘Acadèmia dels Desconfiats’ [Academia de los Desconfiados], en Barcelona, entre los cuales había el antiguo lugarteniente Jordi de Hesse-Darmstadt, conocido por el buen papel contra la ocupación francesa durante la Guerra de los Nueve Años.
Se iniciaron las conversaciones con los aliados y acordaron un precipitado desembarco en Barcelona, en mayo de 1704, de barcos británicos y holandeses comandados por Jordi de Darmstadt. Este primer intento de entrar en Barcelona fracasó, sobre todo porque no fue apoyado por las instituciones catalanas y rechazado por las tropas del virrey Velasco.
A pesar de este fracaso, los ‘vigatans’ Antoni de Peguera y Domènec Parera firmaron, el 20 de junio de 1705, el Pacto de Génova con Inglaterra, por el cual los ingleses se comprometían a facilitar el apoyo militar necesario para conseguir la entronización de Carlos de Austria y garantizar después el respeto a las Constituciones de Cataluña. Un segundo desembarco aliado, primero en Altea y después en Barcelona, fue posible y permitió que la revuelta austriacista se extendiese por el País Valenciano y Cataluña. En octubre, las fuerzas anglocatalanas consiguieron una importante victoria con la toma de Montjuïc, en Barcelona, y finalmente Carlos III fue reconocido como rey por las instituciones catalanas.
El ejército aliado conquistó Zaragoza y Madrid, en una primera etapa en la que parecía que las victorias los favorecían, pero la derrota en la batalla de Almansa, en abril de 1707, provocó la caída de los reinos de Valencia y Aragón bajo las fuerzas de Felipe V, que instauró un Decreto de Nueva Planta, liquidando los privilegios y las instituciones propias. A partir de aquel momento, el escenario de la guerra se centró en Cataluña. La posterior victoria de la batalla de Almenar, en julio de 1710, supuso el avance austriacista, pero la muerte repentina de José I, hermano del rey Carlos de Austria, lo obligó a volver a Viena para hacerse cargo del imperio. Este hecho condicionó el apoyo de los aliados a Cataluña, principalmente Inglaterra, donde el gobierno de los ‘tories’ ya defendía una paz negociada con Francia. En aquel momento tenía un argumento decisivo: evitar la formación de un gran bloque imperial germano-hispánico.
Inglaterra y Francia empezaron en 1711 las negociaciones secretas para establecer un nuevo equilibrio europeo, que se materializó formalmente con el Tratado de Utrecht de 1713. Cataluña, alertada, envió embajadores para intentar salvar la situación, defendiendo sus derechos y la vigencia del pacto con Inglaterra, pero no se les concedió la oportunidad de participar. Paralelamente, Carlos de Austria, que ya había sido coronado emperador, ordenó el traslado a Viena de la reina regente, que hasta aquel momento estaba en Barcelona. Los dirigentes catalanes empezaban a comprobar, incrédulos, el abandono de sus aliados.
De los tratados de paz de Utrecht y posteriormente de Rachstadt, los ingleses obtuvieron un provecho considerable. Por parte francesa, la cesión de territorios americanos y, de Felipe V, además de Gibraltar y Menorca, ya conquistados, otras posiciones comerciales estables en el Mediterráneo occidental y en América. El ‘caso de los catalanes’, como se conoció el debate en el Parlamento inglés sobre la conveniencia, incluso moral, de abandonar o no a un aliado en una posición de debilidad, sobrevivió todavía durante muchos años en los círculos políticos de Europa.
Las fuerzas aliadas evacuaron Cataluña y en julio de 1713 el país ya era ocupado por el ejército de Felipe V, salvo la ciudad de Barcelona y la plaza fuerte de Cardona. Había que tomar una determinación y la Diputación del General convocó la ‘Junta de Braços’ extraordinaria, para decidir una rendición o continuar la resistencia. Los miembros del brazo eclesiástico, alegando que se trataba de un problema militar, no se pronunciaron. Una parte del brazo militar apostaba por negociar una capitulación, pero el brazo real, formado por las ciudades y los estamentos menos privilegiados, votó a favor de resistir y continuar la lucha. Finalmente el brazo militar se sumó y el 9 de julio de 1713 la Diputación del General asumió la decisión de la ‘Junta de Braços’ y se comunicó el acuerdo a la población.
El 25 de julio llegaron las tropas felipistas del duque de Populi con 25.000 soldados y empezó el asedio a Barcelona. Durante los trece meses de asedio surgieron otras revueltas por toda Cataluña, pero fueron rápidamente reprimidas por el ejército, de manera sangrante. Después de un año de resistencia heroica de los barceloneses, Luis XIV sustituyó al duque de Populi por el duque de Berwick, que llegó en julio de 1714 con un nuevo contingente de tropas. Aprovechando el desgaste del ejército catalán capitaneado por Rafael Nebot y Antoni de Villarroel, las tropas de Berwick vencieron el 11 de septiembre y Barcelona finalmente capituló. Tras la caída de la ciudad se abolieron las instituciones y las leyes propias y se impusieron por la fuerza de las armas y por derecho de conquista las leyes de Castilla, que implicaron también la desaparición de la histórica división territorial del país. Empezaba así una nueva etapa en la historia de Cataluña caracterizada por la represión borbónica hacia los dirigentes austriacistas, ejemplarizada con la captura, descuartizamiento y exhibición pública, durante doce años, de la cabeza del general Moragues, uno de los militares catalanes más representativos.
Entre 1714 y 1716, fecha en que se acabó y se publicó el Decreto de Nueva Planta, Felipe V instauró en Cataluña una administración provisional de gobierno llamada ‘Real Junta Superior de Gobierno y Justicia’, presidida por José Patiño. La idea de Felipe V y sus consejeros más próximos, entre ellos el mismo Patiño, era conseguir la desaparición del sistema institucional del país, su voz legislativa, para acabar con el freno que suponía para la monarquía el pactismo y las Constituciones. Había que dotar al territorio de unas instituciones afines con los designios absolutistas de la política borbónica. De acuerdo con la Nueva Planta, el gobierno del Principado lo tendría el Capitán general, un militar, y la Real Audiencia, como mero órgano consultivo, que juntos formaban el ‘Real Acuerdo’. El decreto estipulaba el funcionamiento de la Audiencia y del nuevo sistema administrativo y político. Posteriormente la ‘Real Cédula’ de 1718, conocida como la Nueva Planta Municipal, desarrolló el funcionamiento del nuevo régimen municipal.
Felipe V no sólo abolió las instituciones propias de Cataluña y sus Constituciones, que desde mediados del siglo XIII se habían desarrollado como órganos de gobierno estatal propio e independiente, sino que además las sustituía por un régimen que excluía la representación de la sociedad, con el objetivo de hacer prevalecer la autoridad militar sobre la civil.
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